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CRISIS DE LA AMASCULINIDAD SEGUNDA PARTE


Posibles ventajas clínicas de la historia evolutiva (o ¿Qué esta haciendo un terapeuta postmoderno como yo en un relato como éste?)


Una vez complicado el problema con el agregado posible de esta variable, volvamos al esquema que nos concierne. He presentado el esbozo de una hipótesis sobre cuál puede ser el núcleo de la crisis de la masculinidad, a saber, la disminución del encaje ecológico entre las tendencias genéticas, las pautas sociales y el medio ambiente, que afecta al menos al hombre o, quizás, a nuestra especie en su totalidad. Asimismo, este punto de vista ecológico evolutivo, si bien respeta y sustenta la lucha feminista, asume que la crisis de la masculinidad no es ni producto ni causa del movimiento feminista.

Otras propuestas que se escuchan sobre el tema hoy en día son: (a) la tradicional o conservadora o fundamentalista, que mantiene y reitera la opresión, la marginalidad y la cosificación de la mujer y (b) las postulaciones del feminismo (por cierto más preferibles a la anterior) que, o bien culpan al hombre por la opresión de la mujer, o culpan a la sociedad por otorgarles a los hombres facultades especiales cuando ambos sexos son intrínsecamente iguales, salvo las obvias diferencias físicas (ver por ej. Burke, 1996).

De hecho, existen abundantes pruebas de que nuestra sociedad actual está repleta de prácticas opresoras de la mujer, incluso la violencia de los hombres hacia las mujeres así como muchas otros comportamientos sociales aprobados por los hombres en perjuicio de la autodeterminación femenina. El feminismo constituye un movimiento político extraordinario que tiende a ampliar el acceso de la mujer a todas las esferas de la vida, y mis especulaciones no contribuyen a reducir la velocidad del cambio ni dan argumento alguno que pudiera interferir en ese ritmo. Sin embargo, creo que, como reacción al hecho de percatarse del estado de subordinación de la mujer, el movimiento feminista cae con frecuencia en el error categórico de confundir características sostenidas por la cultura con responsabilidad individual. Ese error, pudo haber sido el punto de partida del implacable ataque masculino que ha caracterizado cierta literatura feminista y prácticas feministas cotidianas, que dan por sentado que los comportamientos opresores de los hombres son, en todos los casos, actos deliberados llevados a cabo para preservar las desigualdades, en lugar de remanentes culturales de prácticas de la vida cotidiana. Desde ese punto de vista, la campana feminista dominante es como un software poderoso que contiene un virus: la mujer adquiere poder a expensas de incorporar una historia de victimización, vindicación y restitución que fuerza una polarización dentro de las parejas y de las familias. Para decirlo de otro modo, el supuesto de que los hombres son discapacitados emocionales, proclives a la violencia, seres dominantes y coercitivos a quienes las mujeres unidas en el movimiento feminista están a punto de desalojar de su puesto de poder, constituye una narrativa que si bien en muchos casos resulta extremadamente útil, no es lo suficientemente buena ni para los hombres ni para las mujeres como comunidad. Por empezar, no los ayuda a remar.

Por cierto, el esbozo de hipótesis evolutiva, que propongo aquí como alternativa, no puede ser probada como correcta o incorrecta. Pero, desde luego, tampoco se puede probar ninguna de las otras hipótesis. Si, hasta nuevo aviso, ninguna de ellas resulta ser una hipótesis demostrable, ¿cómo hacemos para optar por una de ellas, cuál posee mayor potencial de transformación para organizar nuestra conversación, ya sea terapéutica o no?

Una posibilidad interesante emana de ciertos criterios propuestos para construir una "historia mejor formada" (Sluzki, 1992; Sluzki y Cobb, 1999). En toda conversación terapéutica (por ejemplo en una consulta con un individuo, una pareja, un grupo, una familia, una organización, entrampados en un dilema que los inmoviliza) tenderemos a introducir en la historia problemática en la que están atascados, cambios que la ayuden a transformarse en otra historia, una con los siguientes atributos:


·       es factible, es decir, se basa en información anterior y en experiencias reconocibles, que no contradicen las normas consensuales ni los mitos culturales

·       es elegante, es decir, tiene coherencia interna, armonía y fluidez

·       es evolutiva, es decir, tiene continuidad en el tiempo y especifica los potenciales para el cambio, el aprendizaje y el crecimiento

·       es ecuánime, es decir, coloca a todos los personajes en un locus preferencial, sin predeterminar víctimas y victimarios, cuerdos y locos, nobles y villanos, embusteros e ingenuos

·       es ética, es decir, fomenta el respeto y la preocupación por todos los participantes, evita la opresión y el dolor, fomenta el crecimiento y la alegría, el apoyo recíproco y el sentido de responsabilidad colectiva.


La historia evolutiva propuesta aquí tiene, según creo, algunas de estas ventajas potenciales con respecto a las otras descripciones:


·       es factible, es decir, viable en lo que respecta a información etológica, paleoantropológica y antropológica, así como también encaja con las experiencias cotidianas

·       tiene coherencia interna y armonía y no incluye más molinos de viento que las otras historias que predominan hoy en día

·       es evolutiva, no sólo en su lógica sino también en que introduce ideas que contienen potenciales para el crecimiento y para los cambios relacionales, con lo cual nos incentiva de un modo diferente a relacionarnos entre nosotros y con el medio ambiente

·       es ecuánime, ya que define los conflictos de ambos géneros —destaqué la desazón de los hombres en tanto este trabajo fue presentado originariamente en un congreso sobre ese tema, pero también se puede aplicar a las mujeres—y concuerda totalmente con los objetivos feministas en su lucha por el pleno acceso de la mujer a todos sus potenciales y opciones

·       es ética, ya que, destacando distintas situaciones dilemáticas, fomenta el respeto y la preocupación tanto por el self como por los demás así como la responsabilidad colectiva.


Y, en última instancia, por el mero hecho de mantenerla como una alternativa posible, expande la gama de historias viables a nuestro alcance como terapeutas y, por ende, enriquece nuestras opciones para facilitar el cambio. En este aspecto, resulta pertinente que recordemos el imperativo categórico que von Foerster (1984) propuso como guía para nuestro trabajo terapéutico, a saber, aumentar la variedad y la calidad de nuestras opciones, y las de nuestros pacientes. La hipótesis evolutiva que aquí propongo puede ser útil para ellos y para todos nosotros dentro del complejo e inevitable proceso cooperativo que consiste en reconstruir el kayac para dos mientras remamos en medio del río y, quizás, hasta puede que nos permita disfrutar de la excursión.


 

Referencias


1 Ponencia plenaria presentada en "The Men’s Project: A Conference on Strategic Approaches to Men’s Problems in Therapy" (El Proyecto de los Hombres: Conferencia sobre los Enfoques Estratégicos para los Problemas de los Hombres en la Terapia). The Family Therapy Institute of Washington, DC. 4-6 de junio, 1998. Este artículo fue publicado en el nº 57 de Perspectivas Sistémicas , Julio- Agosto de 1999


2 El Dr. Sluzki, es Decano para Ciencias de la Salud en el College of Nursing and Health Science y Research Professor en el Institute for Conflict Analysis and Resolution, ambos en George Mason University; Profesor Clínico de Psiquiatría, Escuela de Medicina, George Washington University; Editor del American Journal of Orthopsychiatry; consultor de la Organización Mundial de la Salud y de la Corte Criminal Internacional de La Haya. Fue Editor de la revista Family Process y Director del Menatal Research Institute (Fundador del curso).


3 Tampoco se trata de un concepto que pueda ser calificado de moral o inmoral. Ni siquiera es un concepto direccional: al igual que la "selección natural", simplemente sucede.


4 A propósito, esos hombres se han visto con frecuencia marginados por el movimiento feminista, el que esgrimió un argumento razonable, similar al que utilizaron los negros para rechazar la ayuda de sus aliados blancos cuando se consolidaba el movimiento por los derechos civiles en los Estados Unidos de Norteamérica: ("El hecho de que nos ayuden nos debilita. Dedíquense a cambiar ustedes").


5 No todos coinciden en este aspecto. Una representante poderosa del feminismo disidente, Camille Paglia (1991), sostiene que la especie humana creó la institución social para controlar la violencia esencial inherente (¿genéticamente programada?, inferiría yo) a nuestra especie.


6 Los grupos en los que está en juego la supervivencia también requieren una estructura más jerárquica para poder llevar a cabo una acción colectiva eficaz. Esta necesidad también puede que ayude a explicar – quizá mediante una combinación de predisposiciones genéticas y de vestigios culturales— por qué a los hombres los intimidan las jerarquías en mayor medida que a las mujeres así como por qué los hombres son más proclives a organizarse en jerarquías, rasgo que va en contra de las relaciones de amistad y las actividades de colaboración entre hombres.


7 Estas diferencias específicas de género en lo que respecta a la distribución de labores enciende una luz evolutiva interesante a la que hace Gilligan entre la orientación hacia la "justicia" y hacia el "cuidado" que caracteriza a hombres y mujeres, respectivamente (Gilligan, 1982), (Cf. también Gilligan y Attanucci, 1988).


8 Todo argumento que incluya variables genéticas requiere que se haga hincapié en el hecho de que impronta no equivale a determinismo. La literatura especializada en genética es elocuente en este aspecto. Existen variaciones importantes en la manifestación de rasgos genéticos específicos en toda población o especie. Biológicamente, se ven afectadas por mutaciones y recombinaciones, incluyendo cambios genéticos y el flujo genético por azar ("random genetic drift and genetic flow") (Futuyma, 1986, p. 12). Sin embargo, muchos rasgos persisten – es decir, puede que sean seleccionados en forma reiterada— dado que han sido útiles para la comunidad. Tal es el caso de los rasgos que preparan al individuo –y, de ese modo, a la comunidad— no sólo para las circunstancias presentes sino también para contingencias futuras novedosas (es decir, poseen, siguiendo a Bateson [1972], cláusulas de deutero-aprendizaje). Los rasgos genéticos que forman parte del equilibrio evolutivo que se analiza en este ensayo tienen una alta penetrancia (el porcentaje de individuos en que se manifiesta el efecto filogenético), expresividad (la magnitud del efecto filogenético) y norma de reacción variable (la variedad de expresiones en diferentes circunstancias ambientales) (Futuyma, 1986, p. 53).


A su vez, el punto de vista de Construccionismo Social da por sentado que no sólo los constructos organizan nuestra realidad sino también los "sistemas de emociones que constituyen la representación interna de las normas o pautas sociales" (Averill 1986, p. 100). De hecho, los límites entre la base biológica y los componentes construidos socialmente que integran dichos sistemas son bastante borrosos (Averill, 1986, p. 101).


9 Fritjof Capra (1996) hace un llamado para que se adopte una perspectiva de "ecología profunda", un punto de vista universal e integrador que "no separa al ser humano –ni ninguna otra cosa— del entorno natural" (p. 7), sino que supone una interdependencia intrínseca de los individuos y las sociedades subsumidos en los procesos cíclicos de la naturaleza.


10 Otro argumento interesante acerca de la disonancia creciente entre los hombres y la política es que el mundo de la política ha experimentado –con toda razón— una feminización, no sólo porque cada vez hay más mujeres en puestos de liderazgo (Golda Meir, Indira Ghandi, Margaret Thatcher, Madeleine Albreight, por mencionar sólo algunas que me vienen a la mente) sino también porque el lenguaje de la política ha sufrido una feminización, pasando de palabras tales como razón, responsabilidad, disciplina personal, intelecto a otras tales como cuidado, compasión, sentimientos, perdón, disculpas, comprensión y educación (Weldon, 1992). No es de extrañar que los hombres hayan vivido el acceso de ambos géneros a dichas actividades, como una nueva erosión de un territorio ya reducido enormemente, a saber, aquello que la cultura definía y el individuo vivía como "lo masculino".


11 Eso no le quita atractivo: las empresas promueven místicas que garanticen la lealtad y fomenten la identificación de las bases con su bandera y sus autoridades: "¡Estoy orgulloso de trabajar en Daimler, Benz, Toyota o Chrysler! Miren lo bien que le va a nuestra empresa en el mercado internacional –aunque eso no se refleja en mis ganancias personales— y lo bien que se cotizan nuestras acciones, -a pesar de que yo no tengo ninguna-". (Si lo desea, en la oración anterior, puede reemplazar "Toyota" por River Plate y "Chrysler" por la tenista internacional de turno sin que se produzca un cambio sustancial).


12 La explosión demográfica coincidió con cambios climatológicos globales hacia un medio más benigno, que siguió a la finalización del último Período Glacial. (Cohen, 1977).


13 La revolución agrícola comenzó con la agricultura de subsistencia (en Jericó, hace unos 7.000 años, existían sólo poblados que no excedían los 125 individuos). De hecho, la cosecha, actividad similar a la recolección del período nómade previo era definida como una actividad femenina y, por ende, en los rituales de cosecha predominaban las imágenes, los símbolos y los términos femeninos. Sin embargo, el hombre conservaba el control del orden político: la prerrogativa que tenía el cazador de distribuir los frutos de la caza se amplió y pasó a incluir el control de las riquezas y el "arrogante concepto de la posesión de tierras" (Shepard, 1973, p. 126). A medida que se anexaron mayores extensiones de tierra para el cultivo, se multiplicó la esclavitud, la captura de futuros esclavos se convirtió en un nuevo motivo de guerra y las deidades animales reemplazaron a los íconos femeninos.


14 Esto se debe no sólo a que las condiciones de vida difíciles, o un clima riguroso incrementarían dramáticamente la mortalidad infantil, sino también, a que el ciclo menstrual de la mujer y, por ende, su capacidad reproductora está calibrada sensiblemente con el medio: los esfuerzos físicos repetitivos así como una nutrición deficiente traen aparejado una discontinuidad en la ovulación (la falta de condiciones extremas en nuestra vida moderna nos hace olvidar dicho rasgo). En consecuencia, en el grupo de cazadores-recolectores, la mujer estaba en condiciones de concebir sólo cuando el medio ambiente le era propicio. A pesar de todo, merece subrayarse que la revolución agrícola, contrariamente a la creencia popular, conllevó una disminución de la calidad de vida y un aumento de los problemas de salud (Cohen, 1977).

 

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